domingo, 19 de junio de 2011

EL USO DE LA RAZÓN

EL USO DE LA RAZÓN

1. GÉNESIS ASINCRÓNICA DEL USO DE LA RAZÓN

Como he explicado en mi obra El uso de la razón (Madrid 2008), se puede vivir en este mundo sin usar la razón, usándola incorrectamente y de forma perversa. Pero, de acuerdo con la experiencia de la vida, es muy difícil, si no imposible, ser felices al margen del buen uso de la razón. Por otra parte, nadie hasta ahora, que sepamos, ha nacido haciendo uso de la razón. Hay niños y niñas prodigio que razonan precozmente. Pero aún en estos casos existe una asincronía muy clara entre el desarrollo biológico de una persona y el psicológico en cuyo ámbito emerge y se desarrolla el uso de la razón como facultad específica de los seres humanos. Desde el momento matemático en que la cabeza de un espermatozoide incide en el núcleo de un óvulo configurándose el código genético, el nuevo individuo emergente despliega un proceso vital de desarrollo biológico acelerado previo al margen del uso de la razón. Esa capacidad está ya prevista en el código genético pero su ejercicio efectivo no tiene lugar hasta pasados algunos años. Desgraciadamente, en muchas personas no llega a desarrollarse nunca de forma satisfactoria, incluso aunque el ambiente les haya sido favorable.

Tradicionalmente se aceptó que una persona normal empieza a razonar hacia los siete años de edad biológica. En algunos la aparición del uso de la razón tiene lugar de forma brusca y desagradable a raíz de acontecimientos desventurados. Un niño, por ejemplo, que nace con alguna discapacidad física o es testigo habitual de injusticias o violencias familiares o sociales es más propenso a la precocidad racional que otro que nace y crece sano en un ambiente de normalidad. Lo cual no significa que una infancia infeliz favorezca de suyo el buen uso de la razón. De hecho hay personas que a raíz de esas experiencias traumáticas de infancia y adolescencia quedan psicológicamente bloqueadas para razonar con solidez para el resto de sus vidas. Pero aún en un contexto de normalidad el uso de la razón emerge con bastantes años de retraso respecto de la maduración biológica. Tenemos así el caso de personas biológicamente muy desarrolladas y psicológicamente muy inmaduras. Otras, en cambio, presentan un fenotipo corporal deficiente y una capacidad de razonamiento sorprendente. En el lenguaje popular hablamos de “niños grandes”. Son aquellos en los que se aprecia un desarrollo biológico desproporcionadamente superior al psicológico. Parecen hombres o mujeres pero razonan y se comportan como si fueran niños o adolescentes. Otras veces nos quedamos asombrados ante la discapacidad o subdesarrollo biológico de ciertas personas y su admirable capacidad intelectual.

Lo normal es que la aparición del uso de la razón tenga lugar de forma lenta y progresiva, como la aurora boreal, dependiendo mucho del contexto familiar y educativo en el que crecemos. Lo cual supone que durante bastantes años hemos vivido y nos hemos comportado en base a emociones y sentimientos primarios motivados por el instinto ciego de conservación sin utilizar la capacidad de razonar. De hecho, una de las funciones esenciales de los adultos y educadores consiste en “suplir” esa carencia de razón suficiente de los niños y adolescentes. Una suplencia que debe dejar de ejercerse en la medida y proporción que el educando va desarrollando su propia facultad de razonar y es capaz de encontrar por sí mismo el sentido de su vida. Tenemos, en resumidas cuentas, que desde la constitución del código genético, dentro o fuera del seno materno, hasta los siete años aproximadamente, nuestro comportamiento ha sido biológicamente instintivo y emocional. Lo que cuenta durante ese periodo de tiempo no es la razón sino el instinto de conservación así como las emociones y sentimientos que del mismo se derivan. Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia historia personal a partir del momento matemático en que se constituyó nuestro código genético y a poco que nos esforcemos podemos saber desde cuándo y en qué circunstancias empezamos a hacer uso de la razón. Mucha gente ha experimentado su despertar al uso de la razón en edad avanzada. Por ejemplo con motivo de un accidente de tráfico en el que estuvieron a punto de perder la vida. O la aparición de una enfermedad. Hay cosas que sólo valoramos en su justa medida cuando somos desposeídos de ellas. A ese despertar repentino o graduado del uso de la razón es a lo que yo llamo pérdida de la inocencia.

Posteriormente al instinto de conservación del individuo surge el de conservación de la especie. Con lo cual la situación se agrava. A los impulsos emocionales derivados del instinto de supervivencia individual se suman ahora los impulsos biológicos y emocionales propios del despertar glorioso del instinto de reproducción o conservación de la especie. La capacidad sexual irrumpe con una fuerza arrolladora cuando el uso de la razón no ha hecho más que estrenarse y, si el contexto familiar y educativo no es favorable, el conflicto se agrava hasta extremos alarmantes. La fuerza arrolladora del instinto sexual es tal que la razón todavía inexperta empieza a titubear y a poner en tela de juicio todo lo que ha visto y aprendido. La fuerza de estos instintos biológicos es tan fuerte en la adolescencia y juventud que la capacidad de razonar no alcanza todavía a poner orden. De hecho va siempre a la zaga hasta que, pasados los años de plenitud biológica, la razón empieza a encontrarse más fuerte y consolidada.

La asincronía del desarrollo de la razón respecto del desarrollo biológico no desaparece nunca. Por orden de naturaleza primero aparecen y se consolidan los instintos biológicos con sus emociones correspondientes. Luego aparece y se consolida el uso de la razón. Y a la inversa. Cuando la plenitud biológica empieza a debilitarse es cuando la plenitud racional alcanza su clímax. Lo cual tiene la ventaja de que la naturaleza deja la posibilidad siempre abierta para que al llegar a la madurez racional podamos corregir los errores cometidos durante la etapa previa de maduración biológica sin fronteras. Lo malo es que muchas personas no llegan a tiempo porque a veces la capacidad de razonar se pierde antes de lo previsto y los errores cometidos durante la etapa de plenitud biológica son de tal envergadura que no tiene prácticamente solución. De ahí la necesidad de tomar en serio estas eventualidades para entrenar lo antes posible a los jóvenes en el uso de la razón antes de que sea tarde. Para ello es necesario enseñar a usar bien la razón cuanto antes a las nuevas generaciones para que no hereden los errores de nuestros antepasados en la forma de afrontar con éxito los grandes problemas de la vida. Por lo demás, en cualquier intento pedagógico del uso de la razón habrá que tener en cuenta, antes que nada, su asincronía genética y asumir el deterioro natural de la inteligencia con el pasar del tiempo. Esto significa que la educación de la inteligencia ha de realizarse de forma progresiva y lo más individualizada posible de acuerdo con el ritmo evolutivo de las personas sin olvidar que, antes o después, la capacidad de razonar empezará a resentirse hasta apagarse definitivamente. Es duro aceptar esta realidad pero es mejor afrontarla y asumirla a tiempo que pasar de ella como si no existiera. No hay felicidad posible al margen de la realidad o falseándola.


2. OTROS OBSTÁCULOS CONTRA EL USO DE LA RAZÓN

1) EL DOLOR Y LAS ALEGRÍAS
Hablando de obstáculos o impedimentos para el buen uso de la razón cabe destacar dos muy importantes por su eficacia. Me refiero a los que son connaturales o internos y a las presiones externas como los medios de comunicación social. Nacemos con obstáculos emocionales que, para bien o para mal, nos acompañan durante toda la vida. Algunos de ellos nacen y se crían dentro de nosotros. Otros nos son inoculados de tal forma que terminamos interiorizándolos y sintiéndolos como absolutamente nuestros. Las creencias religiosas y las convicciones políticas son un buen ejemplo de ellos. Nacemos sin creencias ni convicciones pero nuestros educadores y el ambiente cultural en el que crecemos siembran en nosotros sus propias creencias y convicciones. Con el tiempo terminamos convirtiendo esas creencias y convicciones en vivencias, sintiéndolas emocionalmente como propias y exclusivas.

En efecto, una vez que nos han sido inoculadas podemos llegar a sentirlas como elementos consustanciales a nuestras personas. Lo que en su origen nos llegó de afuera, como una simple información o transmisión de ideas, al final se convirtió en una vivencia íntima personal intransferible. Son como los alimentos que, una vez asimilados, se convierten en parte de nuestro organismo biológico. De modo parecido, las convicciones e ideas que nos llegan del exterior mediante la educación, la información mediática, propagandística o publicitaria terminan convirtiéndose en algo propio nuestro. Ahora bien, esos factores esencialmente emocionales pueden distorsionar por completo el uso correcto de la razón. Hagamos un breve recorrido por algunos de ellos más relevantes y fácilmente identificables. Después haremos lo mismo con los influjos externos procedentes de los medios de comunicación social. El recorrido analítico puede resultar aburrido pero merece la pena.

Según el dicho popular tanto matan las alegrías como las penas. Unas veces lloramos porque sufrimos y estamos tristes, y otras porque nos sentimos muy felices y contentos. En ambos casos se tiene la impresión de que nuestro dolor o nuestra felicidad se han salido de los cauces normales que marcan la razón y el sentido común. De ahí el refrán de coartada: dime de qué presumes y te diré de qué careces. En efecto, hay quienes exageran sus desdichas y sus alegrías para ocultar la verdadera realidad de sus estados de ánimo. Ni es verdad que los negocios les van tan mal como los pintan ni son tan felices como aparentan. Las apariencias engañan. No obstante lo dicho, hay una cosa muy clara relativa al dolor y las alegrías en relación con el uso de la razón. Un dolor, físico o moral, intenso y persistente termina poniendo a prueba a cualquier inteligencia induciéndola a formar juicios y razonamientos desafortunados. No por casualidad las filosofías orientales antiguas estuvieron marcadas por la búsqueda desesperada de una solución práctica al dolor humano llegando en algunos casos a la conclusión de que el deseo de vivir es el principio de todos nuestros males dado que la vida está impregnada de dolor. Lo cierto es que es muy difícil hacer razonamientos acertados cuando estamos sometidos a un dolor físico agudo y constante, o a una desazón psicológica y moral aguda y persistente. En el primer caso terminamos a veces lanzando al aire un “por qué”; o “qué he hecho yo para que esto me suceda”. Cuando a esa demanda de explicación no hay pronta respuesta y el dolor no remite, se pierde el gusto por todo y hasta las ganas de vivir. Los suicidas lo tienen claro. Para vivir así, piensan ellos, más vale no haber nacido. En consecuencia, optan por quitarse la vida, convencidos de que esta opción es mejor que la de seguir viviendo.

No estoy haciendo juicios morales sobre estas actitudes sino sólo describiendo el hecho de experiencia universal sobre cómo un dolor físico intenso y persistente es capaz de turbar y trastornar por completo el uso de la razón hasta hacernos ver las cosas al revés e inducirnos a tomar decisiones extremas absolutamente equivocadas o absurdas. En contrapartida, todo hay que decirlo, el dolor de baja intensidad es un indicativo de que hay vida en nosotros. Los que ya ni sienten ni padecen en absoluto son los cadáveres. El dolor es connatural a la vida y en ocasiones su protector. Es cierto que el exceso de dolor turba y desequilibra el uso de la razón. Pero es igualmente innegable que su presencia en dosis proporcionadas constituye un protector natural de la vida. El miedo al dolor nos previene de forma espontánea contra los peligros que acechan contra ella. Tan pronto aparece el fantasma del dolor damos marcha atrás y evitamos perder la vida desistiendo de acciones que podrían ser fatalmente mortales. Aquello de que “el miedo guarda la viña” es una forma de decir que el dolor a perder la vida es un guardián de la misma.

El dolor humano de baja intensidad es también maestro de la vida y fuente inagotable de experiencia y sabiduría en la medida en que es asumido por la razón. La experiencia del dolor nos enseña a ser realistas y a no caer en el vacío de la imaginación y de la fantasía. Nos ayuda a educarnos teniendo como punto de referencia seguro el principio de realidad. Sin una experiencia mínima del dolor no sabríamos tampoco en qué consiste nuestra felicidad y cómo disfrutar de ella. Tan indeseable es el dolor intenso y persistente como necesario el dolor que puede ser asumido con relativa facilidad. El problema, creo yo, no se plantea en términos de dolor sí o dolor no, sino de dolor máximo y mínimo, dado que la ausencia total de dolor nos pone fuera del principio de realidad y de la vida misma. La cuestión es cómo dosificar los sentimientos de dolor de suerte que la razón no sea perturbada e inducida a funcionar en contra de su propia naturaleza poniéndonos fuera del principio de realidad. El dolor insoportable fuerza a usar la razón a favor del suicidio, y asumido como placer conduce al sadismo o al masoquismo; o sea, a situaciones patológicas en las que la razón es utilizada de forma perversa. El dolor físico genera sentimientos profundos de tristeza por la presencia y operatividad actual del mal sobre nuestro cuerpo perturbando y obnubilando nuestra mente. Pero también las orgías de felicidad impiden el correcto uso de la razón.

De modo análogo a lo que ocurre con el dolor, cabe decir que sin el disfrute de un mínimo de placer y felicidad la vida humana no tiene sentido. La propia naturaleza está dotada de unas gratificaciones connaturales que nos ayudan a vivir y sin las cuales la vida humana se habría extinguido hace mucho tiempo. Si la vida no es maltratada o falsamente vivida, tanto los actos procreativos como los que tienen que ver con la subsistencia están incentivados por una dosis de placer y felicidad indispensable. Es como la ayuda que la naturaleza aporta para que la vida continúe y se perpetúe. De hecho, cuando las actividades procreativas y la alimentación se realizan sin ninguna satisfacción física o psicológica la razón empieza turbarse y la vida humana corre peligro. Digamos pues que un mínimo de felicidad y de alegría es indispensable para vivir y razonar correctamente. Pero sin olvidar el reverso de la medalla. Al igual que el exceso de dolor también, el exceso de felicidad y alegría puede convertirse en un enemigo psicológico del buen uso de la razón. Se cumple implacablemente el dicho popular de que las alegrías también matan. Las orgías de felicidad son siempre sospechosas y tienen más visos de falsedad que de verdad. Termina un partido de fútbol entre dos equipos importantes y resulta fácil comprobar el estado de tristeza de los perdedores, de alegría de los ganadores así como las sinrazones que los partidarios de ambos dicen bajo el impacto emocional de la derrota y del triunfo. La pérdida del uso de la razón es tal que con frecuencia perdedores y ganadores terminan en actos de violencia.

Otro ejemplo socialmente relevante lo tenemos en la vida política. Los que están es el poder durante mucho tiempo pervierten la razón usándola para seguir en el poder, aunque sea recurriendo a medios ilícitos o inmorales como la mentira, la astucia y la fuerza militar. Los que están en la oposición, a su vez, utilizan la razón para escalar el poder aunque sea por el tejado. La alegría de los primeros y la tristeza de los segundos los induce a usar la razón en función de sus intereses de poder y no de la verdad y del bien común. Durante las campañas políticas electorales (donde ha lugar a ellas ya que en muchos países del mundo ni siquiera existen), es un espectáculo bochornoso escuchar a los demagogos pronunciando discursos estratégicamente planificados para conseguir el voto de los electores. Es un espectáculo en el que se juega con los sentimientos de estos al margen de la cordura y del uso de la razón. La “erótica del poder”, o sea, el placer de mandar y dominar a los demás constituye un obstáculo psicológico de primer orden para aprender a razonar correctamente. Y cuando hablo de poder me refiero por igual al poder político, financiero y religioso salvando los matices propios de cada una de estas instituciones públicas. Tanto las grandes penas como las grandes alegrías, vengan de donde vengan, constituyen un obstáculo muy importante para el ejercicio de la razón. Lo que termino de decir, preferentemente del dolor físico o corporal, es aplicable al dolor moral. Me refiero a esas situaciones sentimentales derivadas del desamor y de las contrariedades de la vida que impiden la satisfacción de nuestros deseos más intensos. Las personas con carencias importantes de amor encuentran grandes dificultades para hacer discursos razonables y también aquellas otras que, por motivos diversos, se sienten constantemente rechazadas.

2) ENAMORAMIENTO Y RESENTIMIENTO
Entre los obstáculos psicológicos que más dificultan el sano ejercicio y uso de la razón cabe destacar también aquellas situaciones emocionales relacionadas con el amor y el odio entre las personas. El amor humano implica aprecio personal con transferencia afectiva. Cuando ese aprecio y transferencia son recíprocos se produce una situación de bienestar y felicidad irrenunciable. Ahora bien, hay personas que saben apreciar a los demás conceptualmente con la cabeza fría, pero no transmiten afecto. Por el contrario, hay otras que sólo transmiten afecto y esperan afecto en la misma proporción pero son incapaces de valorar con la cabeza la dignidad o excelencia de los demás. Este desajuste de aprecio racional de las personas y transmisión afectiva nos lleva derechamente a hablar del enamoramiento y del resentimiento como enemigos irreconciliables internos del buen uso de la razón.

Observemos lo que ocurre con el fenómeno del enamoramiento en los casos más simples y normales en los que el fenómeno tiene lugar entre dos personas de sexo opuesto. Unas veces está enamorado el hombre pero no la mujer. Otras veces está enamorada la mujer pero no el hombre. En el caso primero el hombre se obsesiona con la imagen de una mujer concentrando toda su capacidad sentimental sobre la misma con exclusión absoluta de todas las demás. Supongamos que sus amigos o familiares tratan de convencerle de que su elección amorosa no ha sido acertada aduciendo, no intereses egoístas familiares, grupales, económicos o prejuicios racistas o humanamente discriminatorios - como a veces ocurre-, sino razones objetivas y obvias que hacen presagiar razonablemente el fracaso seguro de una relación sentimental. Salvo casos muy raros estadísticamente despreciables, cualquier razonamiento desfavorable a esta relación sentimental resultará inútil. Es como pretender razonar con un borracho. Lo más que se puede conseguir como respuesta es su antipatía o rechazo frontal alegando que se está produciendo una injerencia intolerable en sus asuntos personales.

Otras veces el rechazo de un hombre por parte de la mujer está motivado por el hecho de que ella está enamorada de otro hombre. O porque otro hombre está enamorado de ella. Si cada uno se deja llevar por su estado emocional de enamoramiento bruto, lo más probable es que se produzca un final trágico. El denominador común de la literatura trágica consiste en escenificar artísticamente un fenómeno tan corriente y vulgar como el crimen pasional o la delincuencia de género. En el origen hay siempre un factor emocional relacionado con el enamoramiento de una de las partes o la traición sentimental. El final trágico se produce cuando el uso de la razón ha sido totalmente bloqueado por los estados emocionales derivados del enamoramiento al margen de la razón de alguna de las partes sin respuesta proporcionada. Ocurre como en el desencadenamiento de las guerras. Estas se producen inexorablemente cuando una de las partes en litigio pierde la razón y prefiere ir directamente a las armas. Con la particularidad de que, una vez declarada la guerra, todas las partes en litigio pierden la razón poniendo todos los medios necesarios para destruir al presunto enemigo.

Hay muchas personas convencidas de que sus sueños amorosos tienen que empezar siempre por un enamoramiento embriagador. Para ello multiplican sus relaciones íntimas con personas diversas hasta “enganchar” apasionadamente con alguna. Al potenciar el apasionamiento pierden la capacidad psicológica para evaluar correctamente su situación emocional y el resultado final suele ser una triste cadena de ilusiones y desengaños que terminan arruinando su personalidad. La expresión en inglés “fall in love” o caer en el amor es muy elocuente porque evoca la idea de caer enfermos. El enamoramiento es una pasión obsesiva vinculada directamente a la fantasía y la idealización de una determinada persona. No a lo que la persona realmente es, lo cual se percibe mediante el uso de la razón. El amor, por el contrario, está relacionado directamente con la realidad de la vida y la edad así como de las circunstancias personales cambiantes. El enamoramiento nos ata tiránicamente a la idea obsesiva de una determinada persona con exclusión automática de todas las demás en el ámbito de la fantasía. El amor verdadero, por el contrario, es un proceso dinámico que crece y madura con la vida compartiendo emociones y felicidad con los demás.

Los analistas más fríos y objetivos del fenómeno del enamoramiento suelen estar de acuerdo en los siguientes puntos. En primer lugar, caben pocas dudas sobre el hecho de asociarlo a un estado pasional obsesivo que nos hace percibir casi exclusivamente los aspectos positivos de la persona deseada. Cualidades que muchas veces existen más en la fantasía que en la realidad. En consecuencia, cuanto más apasionado es el enamoramiento más desengaño y sufrimiento acarrea cuando la realidad termina imponiéndose a la fantasía. Otra característica del estado pasional de enamoramiento consiste en que al idealizar a una determinada persona todas las demás son tratadas afectivamente como inferiores. Por otra parte, se cumple aquello que la sabiduría popular ha sancionado con la expresión “el amor es ciego”. Esto significa que la razón no funciona y, por tanto, la persona enamorada no percibe de forma realista los defectos reales de la persona deseada ni las consecuencias negativas que tales defectos pudieran acarrearle. Por el contrario, las personas apasionadamente enamoradas están convencidas de que son protagonistas de una auténtica historia de amor y que tienen ya al alcance de sus manos la solución definitiva para sus fracasos anteriores con otras personas.

Las mujeres que se sienten amorosamente frustradas con sus maridos al enamorarse de otro hombre pierden el sentido de la realidad y con frecuencia ocurre que este nuevo hombre tiene más defectos y problemas que el anterior. Pero, una vez enamoradas, la razón deja de funcionar satisfactoriamente y salen del fuego para caer en las brasas. Lo mismo ocurre con los hombres que “caen en el amor” de una nueva mujer. Es como caer en una enfermedad cuyos síntomas más alarmantes son la dificultad para usar bien la razón en la toma de decisiones importantes para la vida. El enamoramiento, no lo demos vueltas, en su estado químicamente puro tiene características obsesivas y adictivas y se desvanece tan pronto las fantasías amorosas contrastan con la realidad pura y dura de lo que es la persona apasionadamente deseada. Es un error grave muy difundido el confundir el enamoramiento con el amor humano y conviene insistir en que en toda forma de amor humano tiene que haber aprecio personal y transferencia afectiva. Lo cual significa que el enamoramiento como pasión humana tiene que pasar por el filtro de la razón primero, y madurar para desaparecer después. En caso contrario el enamoramiento constituye uno de los obstáculos connaturales más importantes que impiden hacer buen uso de la razón. El estado de enamoramiento normal tiene que madurar pasando por el filtro de la razón y de la vida, de lo contrario puede degenerar en enamoramiento patológico y como tal ha de ser tratado.

Con las personas unilateralmente enamoradas es muy difícil razonar. Su obsesión sentimental por una determinada persona, con exclusión de todas las demás, obnubila su visión objetiva de la realidad y de las personas de suerte que todos sus razonamientos, en el mejor de los casos, resultan distorsionados, incomprensibles o absurdos. Lo dicho sobre el enamoramiento como obstáculo para aprender a razonar y hacer uso correcto de la razón por parte de los hombres es igualmente válido para las mujeres. Largo sería hablar sobre este asunto. Pienso que es bueno insistir en el hecho de que el enamoramiento es un estado sentimental que tiene que madurar hasta su desaparición quedando bajo el gobierno de la razón. De lo contrario, es como el agua torrencial que no es adecuadamente canalizado para amansarlo y poderlo utilizar en la irrigación de los campos. En lugar de darles vida los inunda produciendo destrucción y muerte por doquier. De modo análogo, el enamoramiento en bruto, en lugar de saciar nuestra necesidad humana de amor, nos despoja del uso de la razón y terminamos ahogados en el torrente incontrolado de los sentimientos y de las emociones.

Otro factor emocional perturbador del buen uso de la razón es el resentimiento, que en su grado máximo se transforma en odio. El resentimiento es un desorden del sistema evocativo que nos hace capaces de extraer de la memoria sucesos de todo tipo. En nuestro caso sucesos de mala calidad como daños recibidos de otras personas o grupos sociales. De hecho, el término resentimiento se utiliza siempre en sentido peyorativo de resentir o recordar constantemente el mal que nos ha hecho alguien. En el fondo se trata de un sentimiento más o menos solapado de venganza. Las emociones se turban y desordenan haciendo que la persona rencorosa o resentida sienta y resienta constantemente las ofensas recibidas, sean estas verdaderas o imaginarias. Eso que suele denominarse “memoria histórica” con frecuencia se refiere a hechos del pasado que se recuerdan constantemente para mantener vivos y transmitir a las generaciones futuras los sentimientos de odio que tuvieron lugar entre nuestros antepasados. Hechos lamentables del pasado, cuyos protagonistas ya no existen, son evocados constantemente como si alguien en el presente fuera el responsable de los mismos. Esta forma de entender la “memoria histórica” es muy frecuente entre los políticos, sobre todo de pueblos o grupos sociales injustamente tratados en el pasado o que en el presente alimentan ambiciones políticas de dudosa legitimidad. El rencor y el resentimiento es un signo de identidad de todas los grupos mafiosos entre los cuales el “ajuste de cuentas” forma parte de su idiosincrasia cultural.

Las personas resentidas y no dispuestas a olvidar magnifican los defectos de las personas y no reconocen sus virtudes. Además, tienden fácilmente a rechazar a las personas que se parecen físicamente a sus presuntos agresores. Si es hombre y tiene malos recuerdos obsesivos de su madre, probablemente se forma una opinión rencorosa de todas las mujeres. Al rencoroso le cuesta mucho confiar en los demás por miedo a ser lastimado. Como no podía ser de otra manera, tiende a aislarse socialmente y es incapaz de comprender o perdonar. Sus juicios suelen ser implacables. Los resentidos son propensos al orgullo y al revanchismo y muy susceptibles. Se ofenden con facilidad y les gusta jactarse en público de su dureza de carácter. En caso de perdonar, procuran dejar muy claro que perdonan pero no olvidan.

Cuando el resentimiento degenera en sentimientos de venganza el estado emocional se turba de tal manera que resulta indispensable que recobren la calma para poder siquiera iniciar un intento de discurso razonable. El sentimiento de venganza se desencadena casi siempre al margen completo de la razón. “El que la hace la paga”. “Dejadme, que lo mato”. “Me lo vas a pagar”. “A la vuelta de la esquina te espero”. Y un largo etc. de expresiones en las que los sentimientos de venganza están servidos. Otras veces la venganza se camufla de justicia social. Es el caso de las legislaciones que establecen la pena de muerte como castigo. Bajo el pretexto de hacer justicia se camufla y sublima el instinto de venganza en lugar de aplicar coherentemente el principio de la razón a los delincuentes en nombre de la vida. Los partidarios de la pena de muerte refinan sus argumentos hasta extremos increíbles bajo el paraguas de la justicia. No se dan cuenta de que utilizan la razón como herramienta legal contra la vida. Es muy difícil establecer un discurso sereno y razonable con quienes militan a favor de la pena de muerte. Entre otras razones porque en un momento dado la razón es silenciada para dar paso al instinto de venganza sutilmente sublimado mediante la invocación de la justicia a la cual la razón no puede traicionar. En estos casos la razón queda psicológicamente en suspenso mientras se ejecuta la sentencia y posteriormente se reactiva para legitimar los hechos consumados.

El resentimiento y la venganza impiden siempre que la razón ponga orden y paz en la vida social. En nuestro tiempo cabe destacar dos casos emblemáticos sociales en los cuales la razón ha sido y es sistemáticamente humillada por el uso perverso que de ella se hace. Por ejemplo, el problema político crónico de Oriente Medio entre judíos y árabes. Ambas partes en general, con pocas y honrosas excepciones, cultivan el resentimiento en grado extremo como un deber moral. Su concepto de “memoria histórica” está directamente vinculado al sentimiento de venganza y en estas condiciones cualquier proyecto de paz entre ellos inspirado en el olvido de los malos recuerdos y el discurso razonable está siempre llamado a fracasar. Cada acontecimiento histórico del pasado es recordado e interpretado en clave pasional rencorosa con el fin de legitimar el “ajuste de cuentas” histórico y eventualmente la sumisión o desaparición total de la otra parte del conflicto. Todo lo cual resulta particularmente aterrador cuando la falta de razón se suple con motivos religiosos en bruto. No hay margen para la razón objetiva y serena. Cuando se usa la razón es de forma perversa para legitimar formas de conducta inspiradas en el odio y el rencor. Se comprende que por este camino la paz en estos territorios sea humanamente imposible una vez que los sentimientos de odio y rencor desplazan sistemáticamente a los principios y criterios inspirados en el buen uso de la razón.

Otro ejemplo emblemático vergonzoso ha sido la ideología marxista aplicada a la política. La teoría y práctica de la llamada “lucha de clases” no fue otra que la de llevar hasta extremos inimaginables el odio utilizando la razón para legitimar desde todos los ámbitos de la vida el sometimiento humillante de los contrarios y su eventual eliminación. Donde no existía un enemigo a cara descubierta contra el cual luchar, lo inventaban. En ningún sistema de pensamiento del pasado se había pervertido el uso de la razón con tanto descaro desviándola brutalmente de su instinto natural hacia la verdad para ponerla al servicio del poder más despótico e inhumano que jamás haya existido. El fenómeno del denominado “escolasticismo soviético” basta para hacernos una idea de esta chocante perversión de la inteligencia. Durante el período de apogeo del pensamiento marxista era prácticamente imposible llevar a cabo un diálogo razonable con las personas contagiadas por esta ideología. Con la circunstancia agravante de que quienes vivimos esta triste experiencia llegamos a tener la impresión de que habrían de pasar muchos años y generaciones antes de que aquella peste contra la razón fuera erradicada. Afortunadamente no fue así, lo cual no significa que el panorama haya mejorado excesivamente ya que las pestes de los diversos fanatismos políticos y religiosos se suceden unas a otras con nuevos síntomas y consecuencias adversas para el buen uso de la razón.

3. EL ARTE DE RAZONAR BIEN

Razonar bien es una habilidad que se aprende con la experiencia de la vida, el estudio de la Lógica y la puesta en práctica de algunas normas elementales al alcance de todos. Razonar bien no es cosa fácil pero los consejos que siguen pueden ayudar mucho a superar las dificultades congénitas y culturales existentes.

1) EVITAR LA PRECIPITACIÓN PENSANDO ANTES DE HABLAR LO QUE SE VA A DECIR
Hay personas que hablan precipitadamente sin pensar bien antes lo que dicen. Como consecuencia de esto se encuentran luego en la necesidad de hacer rectificaciones y de pedir disculpas por lo que han dicho o han dejado de decir. La precipitación es mala consejera. Tan mala como la inhibición y el miedo a hablar. Lo sabio y prudente consiste en hablar con conocimiento de causa en el momento oportuno y con las menos palabras posibles. El mucho hablar no favorece la corrección de nuestros discursos si estos no van precedidos de información sólida y reflexión. La experiencia de la vida enseña que la falta de reflexión previa antes de hablar suele ser causa de muchos disgustos y equivocaciones que podían haberse evitado. La sabiduría popular a este respecto es elocuente. Quien dice lo que no debe (por precipitación o falta de reflexión) oye lo que no quiere.

2) NO EMOCIONARSE DEMASIADO
Tanto matan las alegrías como las penas. Esto significa que las emociones fuertes nos privan de la serenidad necesaria para afrontar los problemas de la vida. De ahí que los sentimientos suelen ser malos consejeros. No en vano se dice que del corazón salen los problemas y de la cabeza las soluciones. Para afrontar las situaciones fuertes de la vida con acierto hay que acostumbrarse a enfriar las emociones y poner a pleno rendimiento la razón. Una persona enamorada, por ejemplo, u ofendida, no se encuentra en condiciones emocionales adecuadas para tomar ciertas decisiones que afectan directamente a esos sentimientos. Cuando estamos eufóricos vemos las mismas cosas de forma diferente que cuando estamos deprimidos. Los psicólogos se las ven y se las desean para equilibrar estos extremos en sus pacientes. Los grandes problemas de la vida se resuelven mejor con un poco de sangre fría que con mucho calor emocional. Se dirá que es difícil mantener esa sangre fría en los momentos más calientes de la vida. Es difícil, ciertamente, pero por eso mismo hay que concienciarse de ello y ejercitarse en filtrar los sentimientos en la razón antes de que sea demasiado tarde.

3) NO OBSESIONARSE POR ENCONTRAR INMEDIATAMENTE LA SOLUCIÓN A LOS PROBLEMAS
Por supuesto que hay problemas que requieren solución urgente. El piloto aéreo que se encuentra en vuelo con un problema técnico imprevisto tiene que actuar con la mayor rapidez posible para evitar el desastre. La víctima de un bestial atentado terrorista no puede esperar mucho tiempo para ser socorrida. Nuestra vida es muchas veces un rosario de urgencias. Pero estas decisiones rápidas, para que sean tomadas con acierto, suponen mucho tiempo de preparación y entrenamiento previo para actuar oportuna y correctamente en las situaciones de emergencia. Ahora bien, hay gente acelerada que ante los problemas que surgen sin urgencias tienden a precipitarse tomando decisiones que luego han de retractar. Por ejemplo, casarse o no casarse, casarse sin otro motivo que el estar enamorados de una u otra persona, optar por una u otra profesión, tener un hijo, cambiar de trabajo. Son decisiones importantes que requieren un tiempo prudencial para no ser tomadas a la ligera y cometer errores sin marcha atrás. Los sentimientos suelen ser malos consejeros, pero cuando se convierten en obsesión son altamente peligrosos porque nos hacen perder la necesaria libertad para actuar con serenidad y corrección.

4) PROCEDER DE LO CONOCIDO A LO DESCONOCIDO Y DE LO FÁCIL A LO DIFÍCIL
Aunque este principio parece obvio, en la vida práctica se tiene muy poco en cuenta. Ocurre un accidente mortal de tráfico y muere un joven conductor. Pues bien, en lugar de empezar investigando la causa inmediata del accidente, la madre de la joven víctima lanza un grito de protesta al cielo preguntando a Dios por qué ha permitido la muerte de su hijo. Ya antes de conocer la causa del accidente imputa emocionalmente a Dios la responsabilidad del mismo. Obviamente, y con toda razón, esa pregunta no tiene respuesta. En vez de empezar formulando preguntas que no tienen respuesta, lo razonable en este caso es que la madre exprese amorosamente su dolor materno por el hijo fallecido y espere los resultados finales de la investigación en curso sobre la causa inmediata del accidente. Imaginemos que el resultado de la investigación es que el joven había salido de una fiesta a las cuatro de la mañana con una considerable dosis de alcohol en el cuerpo conduciendo su coche a 130 kilómetros por hora. Si estos datos son objetivos, ya tenemos el punto de partida que facilitará el conocimiento de otras circunstancias concomitantes del accidente antes de atribuir responsabilices a nadie, y menos a Dios. Por ejemplo, que el coche había pasado una revisión técnica y no habían advertido fallos importantes en el motor. O que se cruzó un borracho y el joven conductor hizo una maniobra de emergencia para evitar embestirlo y, como con secuencia, se salió de la calzada. Y así sucesivamente, de lo inmediato y más fácil se van descubriendo las causas y concausas del accidente hasta poder formular un juicio certero y justo sobre las responsabilidades del mismo. Una vez que todo esto ha quedado claro, tiene pleno sentido reflexionar sobre la vida y la muerte, sobre la responsabilidad de conducir un vehículo a las cuatro de la mañana después de una animada fiesta nocturna y tantas cosas más. En este contexto se comprende que la madre se dirija a Dios, pero no para culparle del accidente, sino para presentarle su dolor y suplicar la fuerza moral necesaria para afrontar con dignidad la muerte de su hijo. Es sólo un ejemplo para ilustrar la razonabilidad de proceder con éxito de lo más fácil y conocido a lo más difícil y desconocido.

Por otra parte, hay personas que parecen disfrutar creando problemas donde no los hay haciendo que las cosas fáciles resulten difíciles y la difíciles, imposibles. En el lenguaje común se dice que son personas “enrevesadas”. Son los conferenciantes, profesores y escritores los cuales piensan que, si hablan con claridad, sus oyentes los van tomar por superficiales o poco profundos. Por el contrario, si hablan utilizando cultismos, circunloquios y términos exóticos para oscurecer sus discursos, estos serán calificados de profundos. Estas personas confunden el uso de la razón con la pedantería. Pero aún fuera del contexto académico hay personas tan “enrevesadas” que resulta muy difícil mantener con ellas una conversación fluida y razonable. Todo lo ven dudoso, complicado y prácticamente sin solución. Basta que encendamos la pequeña linterna de la razón para aportar un poco de luz para que se apresuren a apagarla con habilísimos argumentos. Estas personas causan la impresión de que las razones, la claridad y las cosas fáciles les molestan y se apresuran a complicarlo todo. Ese afán de complicar las cosas en lugar de aclararlas es justamente el proceso opuesto al buen uso de la razón, que nos protege tanto contra las ilusiones como del pesimismo poniéndonos en el lugar que nos corresponde en el mundo de lo real.

5) APRENDER A ANALOGAR Y USAR LOS GÉNEROS LITERARIOS
Hay que aprender a situar primero las partes en el todo, tratando de lograr una visión global, para después afirmar los intereses del todo sin negar los intereses de las partes y viceversa. El resultado final será un razonamiento integral en el que ambas dimensiones son tenidas en cuenta. Así pues, las exigencias del bien común no pueden imponerse suprimiendo los derechos inalienables de las personas. Pero tampoco es razonable afirmar los derechos inalienables de las personas particulares a costa de los bienes que son comunes a todos. Por ejemplo, el poder pasear libremente por la calle y hablar con quien nos plazca es un bien común que ha de ser respetado y protegido por las autoridades públicas. Pero cualquier persona normal y con uso de razón comprende que si cada uno va por la vía pública “como si la calle fuera suya”, atropellando al que se le pone por delante o insultando, la libertad de estas personas debe ser reducida a sus justos límites. En el lenguaje corriente se dice que la libertad de cada uno termina allí donde empieza la libertad de los demás.

El asunto de la analogía para el correcto uso de la razón es muy serio y lo he tratado con detención en diversas ocasiones. De todos modos, recordemos ya que expresiones como: “O yo o nadie”, “o todos o ninguno” etc. se oyen con frecuencia en la vida ordinaria y son temerosas porque con ellas se está sugiriendo la imposición absolutista del todo contra las partes, o de las partes contra el todo. Lo cual suele traducirse en política como represión de las libertades personales o desorden y anarquismo social. Cualquier cosa menos optar por lo justo y razonable entre esos extremos indeseables. De ahí la posibilidad de evitar estos extremos sin necesidad de ser expertos conociendo, si es posible, y manejando la Lógica racional. Pero no es necesario llegar a tanto. Basta dejarnos llevar por el sentido común aprendiendo a utilizar correctamente las comparaciones, los ejemplos ilustrativos, las exageraciones e hipérboles, las generalizaciones y los matices cuando hablamos. Si oímos decir, por ejemplo, que “todos los políticos son iguales”, a saber, sedientos de poder, mentirosos, ladrones o sinvergüenzas, la réplica del sentido común no se hace esperar. Pronto algún interlocutor matizará: “hombre, también hay políticos buenos”; “no hay que exagerar” y así sucesivamente. Por el contrario, si alguien se entusiasma cantando las glorias de tal o cual candidato político, o despellejando a su contrincante, también la voz del sentido común nos sale al encuentro para que no nos hagamos ilusiones ni seamos pesimistas. El sentido común y la experiencia de la vida nos ponen en la realidad, según la cual, cualquier candidato político puede resultar tan malo y mejor que su predecesor. Nadie es tan malo como piensan sus enemigos ni tan bueno como piensan sus amigos. Razonar analogando significa poner cada cosa en su sitio en todos los órdenes de la vida sin destruir ninguna.

6) NO CONFUNDIR LA VERDAD OBJETIVA CON LA MERA CORRECCIÓN LÓGICA DEL DISCURSO
La coherencia entre lo que uno piensa o siente y su forma de comportarse en la vida es uno de los factores psicológicos que más influyen en el éxito de los charlatanes, de los tiranos y de toda suerte de demagogos. Todos, por lo general, sentimos alguna admiración hacia aquellos que tratan de llevar a la práctica de forma rigurosa y sistemática lo que piensan, aunque nos parezca que están equivocados. Por el contrario, sentimos indignación y rechazo incontenible hacia los hipócritas, aunque tengan razón, precisamente porque hacen gala de la verdad que proclaman con las palabras pero que niegan al mismo tiempo con sus hechos. De ahí la facilidad con la cual los tiranos y demagogos embaucan momentáneamente a la gente pero son aborrecidos tan pronto se descubre que no son coherentes sino hipócritas y falsos.

Los discursos de estos personajes son a veces piezas maestras desde el punto de vista gramatical y literario. No en vano suelen disponer de buenos expertos en la materia. En efecto, un argumento puede ser formulado con perfecta corrección gramatical y de acuerdo con las normas más rigurosas de la Lógica racional y ser falso por su contenido. La coherencia lógica no garantiza la verdad de lo que decimos. En el lenguaje común se expresa esto mismo con frases como estas: “habla muy bien pero no dice nada”; “habla muy bien pero no me convence”; “sí, está muy bien lo que Ud. dice pero no me interesa su propuesta”. Otras veces se dice que fulano o mengano habla o escribe muy bien y a continuación se añade un silencio descalificador. Es una forma elegante de decir que eso tan bien dicho o escrito no es verdad por más que lo parezca. No basta hablar o escribir bien. Hay que decir algo verdadero, o por lo menos no engañar, para no traicionar al uso de la razón y ponernos fuera de la realidad.

Los razonamientos gramatical y lógicamente correctos con contenido falso son como los fascinantes billetes falsos de 500 euros en el mercado. Hay que aprender a detectarlos para ponerlos fuera de circulación. Para terminar este rosario de consejos prácticos para usar bien la razón cabe añadir que cualquier razonamiento que esté fundamentado en la falta de respeto a la vida humana o con el cual se pretenda justificar su eventual destrucción, nos pone automáticamente fuera del uso correcto de la razón y, por lo mismo, debe ser revisado y rectificado. Cualquier razonamiento contrario a la vida humana es por su propia naturaleza falso, aunque esté lógica y gramaticalmente bien formulado. La coherencia lógica por sí misma no es garantía de pensamiento razonable y verdadero. Ahora bien, entre estos criterios prácticos para acertar en el uso de la razón hay que destacar la analogía como método propio y específico de la inteligencia humana. NICETO BLÁZQUEZ, O.P.